jueves, 25 de febrero de 2010

En Cuaresma tuvo que ser

No han podido elegir mejor momento. Ha tenido que ser justamente ahora, cuando los buenos corazones esperan con ansiedad, no solo la pasión y muerte de Cristo, sino lo más importante: el gran milagro en el que tenemos puesta nuestra fe, la Resurrección. Como católico y cofrade, siento un amargo sabor a tierra que me llena de escalofríos todo el cuerpo. Maldigo, y que Dios me perdone, a los iracundos que han apostado por la muerte y, ya de paso, despreciar y desprestigiar a una Iglesia y sus seguidores que si bien, como cualquier entidad comete sus errores, no se merece los escarnios a los que se está viendo sometida por una falsa progresía empeñada en hacer desaparecer los más honorables valores, entre ellos el de la vida.

No hace muchos días, concretamente el Miércoles de Ceniza, se nos volvió a recordar que “del polvo nacimos y en polvo nos convertiremos”. Eso sí, cuando Dios así lo quiera. Y no podemos ni debemos permitir que adolescentes que aún no han saboreado todo lo que de bueno tiene la vida, conviertan sus vírgenes vientres en un sanguinario paredón donde el pelotón de fusilamiento mata a seres indefensos.

En esta Cuaresma ha tenido que ser cuando, entre vítores y aplausos, se haya comenzado a asfaltar el camino del calvario para que, en poco tiempo, se llene de cruces y de crucificados. Será, como decía la canción, en el monte del olvido, por desamores que han muerto sin darles la oportunidad de respirar el aire de la esperanza. Será un campo de concentración de serafines que, por suerte, Dios acogerá en su seno, pues de nada se les puede acusar.

Qué paradojas nos ofrece la existencia. Mientras que en los actuales hospitales se lucha contra la muerte, dentro de poco, se hará justamente lo contrario.

Como cofrade y cristiano comprometido, soy consciente de que las Cofradías y Hermandades, que aglutinan a una ingente multitud de hombres y mujeres de honda y arraigada fe, no pueden hacer otra cosa que orar y, como hizo Cristo en las umbrales de su muerte, pedir perdón por los que no saben lo que hace. Y si bien, se deben a sus reglas y estatutos, como así mismo a la autoridad eclesiástica, no por ello deben de mantenerse con los brazos cruzados. Digamos un Sí rotundo a la Vida. Con eso y con un humilde lazo negro en cada uno de los pasos que sacaremos a la calle en la próxima Semana Santa será suficiente. No, no se trata de hacer política, en todo caso, de que se haga justicia.

Gabriel Enrique Sardina Sánchez

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