Al igual que el bello Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, hay capitostes sin cuya vara plateada o dorada, no serían capaces de participar en el desfile procesional de su cofradía. Para ellos la mencionada vara supone un reconocimiento al cargo que ostentan en el seno de su Hermandad aunque solo sea para eso y aparezcan por la misma el día de hacer la estación de penitencia, para ellos, una especie de pasarela Cibeles.
Por si fuera poco y para que el personal quede bien enterado de quien es quien, no suelen vestir la túnica nazarena, con lo que pasarían desapercibidos, algo que su ego personal no admiten por nada del mundo. Y así, en algunos casos los podemos ver con su mejor traje color crema, camisa color salmón, por no hablar de la corbata, y lo que ya es de juzgado de guardia, calcetines blancos.
Mucho me temo que estos lucidores de vara en mano, no tienen la más mínima idea de cómo se ha de vestir cuando se preside una cofradía. Para ello, rogaría que tuvieran a bien aceptar estos humildes consejos que para nada se han de confundir con una feroz crítica. ¡Dios me libre!
Para empezar, las Juntas de Gobierno deben de vestir la túnica nazarena al igual que el resto de hermanos en el lugar que les corresponde, a excepción de algunas Cofradías que requieren, por su seriedad y sobriedad, que vistan traje de calle. Siempre delante de los pasos y junto a los acólitos encargados de los ciriales y el incensario (que por cierto deben de ser gente joven y que sepan cual es su labor delante del paso, pues el olor a incienso nos lo tenemos que imaginar, que ya es desgracia, al menos que tengamos cerca a algún colegí dándole que dale al canutillo).
Si por esas casualidades que tiene la vida, la hermandad tiene ciertos compromisos con determinadas personas o instituciones benefactoras, estos, deben de ubicarse a continuación del paso del paso de palio tras el preste (es decir, el curilla al que le haya tocado en suerte vestir la capa pluvial, con lo que da la impresión que es el único que va preparado por si a mitad de recorrido la lluvia hace acto de presencia) que irá acompañado de algún acólito y de las autoridades civiles y militares. Ni que decir tiene que con un atuendo acorde al acontecimiento.
Pero al margen de la indumentaria que, ya de paso debe de ser lo más oscura posible, prácticamente de luto y siempre que sea factible, con guantes negros al igual que los mandamases de paisano, (pues es evidente que no vamos de farra) se da la anecdótica circunstancia de que, en algunas Hermandades hay más portadores de varas que de cirios (en algunos casos velitas que con el tiempo, terminarán siendo como las que se ofrecen a San Judas Tadeo cada 28 de cada mes y que se pueden adquirir en cualquier multitienda oriental, vulgo los chinos, y en otros lucecitas de marcado carácter navideño), como si los hermanos de luz (que es como hay que denominarlos), pertenecieran a una categoría inferior. Es más, ya no es extraño comprobar, como un año sí y otro también, hay Hermandades que lo único que estrenan son varas y más varas.
Y ante tanta exhibición de poder efímero y como si la vara diera valía (en algunos casos bastante dudosa), bien vale recordar que esta es una insignia más de la Cofradía y que portarla tan solo implica que, o bien se pertenece a la Junta de Gobierno o a la antigüedad del hermano en la corporación. Nada más. Porque a la hora de la verdad, es decir, en los cabildos generales a los que según los Estatutos y Reglas están obligadas las Cofradías y a los que estas hacen caso omiso, todos los hermanos son iguales con derecho a Voz y Voto. De ahí que las varas no sean patrimonio de unos cuantos, en todo caso de la Hermandad y, mientras nadie demuestre lo contrario, la hermandad es de todos los hermanos.
Así que lo de mi vara y yo, bien se podría ir olvidando, sobre todo si tenemos en cuenta que la soberbia con la que a veces es portada, no deja de ser un pecado, capital, pero pecado a fin de cuentas.
Gabriel Enrique Sardina Sánchez