lunes, 28 de septiembre de 2009

Santiago, el otro apostol


Santiago, el otro apóstol, y de apellidos Arolo Viñas, es ahora el nombre de una plaza del populoso barrio de San Roque, lo que implica que muchos, especialmente las nuevas generaciones cofrades, desconozcan por completo a este singular personaje al que yo me arriesgo a adjetivar como “artista de la gloria”, pues sus rudas manos de noble trabajador, se transformaban milagrosamente en dulzura celestial en el momento justo de engendrar, a golpe de gubia, a Cristo o a su divina Madre.

En su quirófano del arte, al que con cierta sorna llamaba su factoría, este cirujano de Dios, recibió el don divino de dar vida a quien, paradójicamente, la dio por nosotros.

Allí, en una casumba semiderruida y como San Francisco de Asís, rodeado de sus leales animalillos, esculpió con todo el amor del mundo, y con cara de mujer sanroqueña, a nuestra venerada Virgen de la Palma. Transformó al Santísimo Cristo Rey y a su popular borriquilla, y de un crucificado herido por el tiempo, nos obsequió con la mirada dulce del Cristo de la Paz.

También su bisturí soberbio creó a la Virgen de la Aurora, a los apóstoles que acompañan a Cristo rey y a infinidad de imágenes que hoy gozan de la devoción popular.

Con su soledad por bandera, y en la quietud del templo sanroqueño, se pasaba horas y horas contemplando a la Madre que el mismo creó. Incluso no sería de extrañar largas conversaciones tan íntimas, que los demás no supimos captar jamás. Madre e hijo, hijo y Madre. Lo cierto es que Santiago se extasiaba mirándola cuando, ya revestida de niña guapa, presidía su plateado paso.

Pero como Dios había puesto sus ojos en él, con delicadeza inimitable, este galeno del cielo, curó con su gracia y talento lo que, probablemente, hubiera sido pasto de las llamas. Y, consagrado al arte de sanar hizo de su ciencia, arte, en el más amplio sentido de la palabra.

Los que le conocimos y tuvimos la suerte, no solo de verlo trabajar, si no también de compartir amistad, simpatía y cariño, sabemos que con su marcha hasta los cielos, Badajoz se quedó huérfano de sensibilidad.

Por todo ello y por su, a veces, machacona humildad, sabemos que allá en el infinito, donde la paz es el reposo de los justos, Santiago Arolo, estará saboreando el lugar privilegiado que el mismo se labró con sus rudas manos. Aunque lo más justo sería es que sus cenizas reposasen eternamente junto a su Virgen de la Palma y su Cristo de la Paz y, de esta forma, nadie pueda olvidar a aquel sencillo hombre nacido en Santa Marta y criado en San Roque que consiguió el milagro de traernos el cielo a la tierra.

Y como decía al principio, Santiago Arolo, no es solo el nombre de una plaza del barrio de San Roque. Es algo más. Casi con toda seguridad, el otro apóstol

Gabriel Enrique Sardina Sánchez.

3 comentarios:

Luis Manuel Leal Villares dijo...

Bellas palabras para definir a un gran artista y a la vez gran persona,que tuvimos la suerte de conocer y compartir su amistad.Bonitos recuerdos me han venido a la mente al ver la foto que ilustra el escrito.Nos podiamos estar horas recordando anecdotas con el amigo Santiago.

Juan Jose Benitez dijo...

En la primavera de 1973,y de la mano de mi tia Petra, tuve el honor de conocer y ver por vez primera a este pequeño gran hombre. Pude visitar su taller en varias ocasiones, si bien entonces no supe captar todo lo que alli se "gubiaba". Lo que mejor recuerdo de él es la facilidad que tuvo para desprenderse y prestarmelo a mi de su traje de nazareno azul. Hasta los 16 años procesioné con ese traje algo raido, pero que me sirvió para vivir los recuerdos que ahora soy capaz de contaros. Donde quiera que esté, que pida por nosotros, por todos.

Gabriel Enrique (Gabien) dijo...

Así es y ójala la Junta de Gobierno, aunque la mayoría de sus componentes no lo conocieron incluido el actual Hermano Mayor, se hiciera eco del ruego que les hago sobre la posibilidad de que las cenizas de Santiago Arolo, reposen en la Capilla de la Cofradía junto a las imágenes que creó.

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