Dicen que de casta le viene al galgo. En su caso, en nada tiene que ver el escuálido can, pues ha heredado de su buen padre un porte gallardo y enérgico, cual gastador al frente de la tropa. Y ahí está, como estuvo hace años, cuando comprobó que Dios no podía dar su magistral lección de amor sobre ruedas, nunca mejor dicho. Tan solo sé que, ya con una altura respetable, pero casi con la bisoñez de la adolescencia, un día se me presentó para que, a través de las ondas populares, le diéramos cabida a una idea que le venía rondando la cabeza desde hacía tiempo. Debe de ser que, desde su más tierna infancia, vio como, Viernes tras Viernes santo, su padre se encaminaba hasta la plazuela para estar más cerca del cielo junto a su Virgen de la Soledad, lo que, supongo, marcó para siempre su joven vida. Y es que, este Joselón de la NBA de la gloria, quería que Badajoz resucitase de una vez por todas, y que pudiera presumir de una semana santa, en aquellos tiempos, en franca decadencia.
Fueron muchos los mandamases de turno que, asombrados ante su propia carencia de renovadas ideas y ya acostumbrados al sillón del ordeno y mando, no tuvieron compasión alguna con este aprendiz de hombre y le dieron con las puertas en las mismísimas narices. Aún así, no se desanimó. Este fue un aliciente más para que su palabra no cayera en saco roto. Y no cayó, a pesar de las reiteradas negativas con las que tuvo que enfrentarse un día sí y otro también, hasta que su tozudo corazón encontró un pequeño lugar donde hacer realidad un sueño del que, como buenos españolitos, nadie quería saber nada.
Pero este Joselón, heredero de una dinastía de buena gente, sufriendo lo insufrible, consiguió que el sueño, como en los cuentos, se hiciera realidad. Una realidad que, espero, pocos se atrevan a discutir, aunque de todo hay en la viña del Señor. Y es que, la evidencia, que todo lo puede, se refleja cada año cuando Badajoz empieza a vestirse de morado.
Ahora, y merced a su adolescente sueño, Dios va por derecho, con los cuatros zancos por igual, mientras que su santa Madre va directamente al cielo, o es el cielo el que llega hasta la tierra.
Con voz recia y sabiendo lo que se trae entre manos, es el guía de todos los que, con apasionamiento desmedido, se colocan cada semana santa el costal para experimentar en su propio cuerpo la dureza de una cruz. Si en Sevilla se habla de la dinastía de los Ariza, de los Santiago, de Salvador Dorado, "El penitente", en Badajoz, de la dinastía de los Calditos y, creo que para y por siempre, de la de los Joselones, maestros en emociones y devociones.
Va por ti, Joselón. ¡Tos por igual, valientes! ¡A ésta es!
Ahí quedó.
Gabriel Enrique Sardina Sánchez.